sábado, 25 de abril de 2009

La noche del Ave Fenix y del Pequeño Gran Héroe en casa


George en Iquitos


Para describir esta larga historia podría tomarme horas y miles de palabras. Por ello resulta un poco difícil resumir en no muchas líneas lo que sucedió dicha noche y ese será mi reto ahora.

Quise escribir sobre este tema y enviar el artículo a la revista Selecciones, cuando ocurrió, hace ya diez años, pero al final, para variar, me quedé con las buenas intenciones y nunca tomé acción.

Creo que no es tarde, a pesar de los años transcurridos , contar esta vivencia que marcó de manera importante y trascendental mi vida.

Hace diez años, vivíamos en un departamento alquilado casi en el límite de San Isidro y Lince, en la misma quinta en la que viví por casi veinticinco años.

Blamy y yo llevábamos algunos años de casados y nuestro hijo mayor Jorge acababa de cumplir los nueve, mientras su hermano Sebastián recién había cumplido cinco mesecitos.

No eran buenos esos tiempos económicamente hablando. Yo estaba estancado  salarialmente en un trabajo en el que llevaba varios años y la discoteca de Blamy se iba en picada tras tiempos de bonanza.

Esto nos llevó a quejarnos en múltiples ocasiones de nuestra situación y a una tensión fuerte familiar, como producto de la misma, ya que no encontrábamos la manera de poder hacerle frente y salir de esa difícil coyuntura.

Recuerdo como ayer la noche del 30 de marzo de 1999. Era un día de semana normal, pero que se vio  afectado por la despedida de soltero de Coco, un amigo de la infancia, de tal forma que los hombres nos fuimos por nuestra cuenta en un bus alquilado a pasear por diversos distritos, mientras que las mujeres se reunieron en una casa.

Blamy no tenía muchas ganas de ir por encontrarse cansada y además porque sentía que era mejor quedarse (sexto sentido le llaman) pero finalmente optó por ir.

Los chicos se quedaron con Angélica, una joven adolescente recientemente contratada para atender a nuestro bebe y con Antonia, mi antigua nana, con más de treinta años trabajando con mi familia.

Nos fuimos cada uno con nuestros grupos y casualmente, en la quinta en la que vivimos, dos de nuestros amigos del mismo grupo :  Euding y Carlo, optaron por no ir a la despedida y se quedaron en sus respectivas casas.

Aproximadamente a las doce de la noche mientras que con veinte de nuestros amigos estábamos en el bus en Higuereta, uno de ellos me pasó un celular, diciéndome preocupado: ¨Alex, parece que se está quemando tu casa. Pero no te preocupes que tus hijos están bien¨.

Inmediatamente hablé con Blamy, quien estaba, tan nerviosa como yo, en la otra reunión diciéndome que esa era la información que había recibido de la casa de uno de mis vecinos.

En fracción de segundos convencí al chofer para que diera marcha atrás y volara hacia San Isidro.

Muchos de mis amigos, que estaban en la parte trasera del bus, tomando trago, ni se enteraron del cambio de dirección y menos del por qué, por eso fue grande su sorpresa posterior, al llegar a la casa.

En el interminable camino a la misma no hice otra cosa que pensar en lo que estaba pasando.  Sería cierto?  Por que a mi? Por que a nosotros? Por qué ahora? Cómo estarían los nenes? Se habría salvado algo?, tantas preguntas sin respuestas que me generaron angustia y desesperación, rogando para que fuese una falsa alarma.

Sin embargo, cuando doblaba el bus por la Av. Javier Prado para tomar la calle de mi casa, nos cruzamos con un carro de bomberos que iba muy rápido, lo cual no hizo otra cosa que comprobarme que no se trataba de un error.

Era, como repito, la medianoche cuando Jorge se despertó con un ruido extraño que venía de su mismo cuarto : era el corto circuito que se estaba dando en uno de sus enchufes como producto de un sistema eléctrico antiguo y en mal estado.

Al despertarse vio un reflejo naranja en su cuarto pero pensando que era parte de un sueño siguió descansando hasta que el calor lo despertó por completo y atinó, inteligentemente, a salir corriendo de la casa, gritando para despertar primero a nosotros (sin saber que no estábamos) y luego a la nana. 

Ella por su parte, tomó al bebe entre sus brazos y lo sacó, mientras comenzaban a reventar las lunas de su cuarto.

Jorge salió corriendo por la quinta y le tocó insistentemente la puerta a Carlo, quien sólo entendió lo que pasaba al ver el fuego por su ventana.

Inmediatamente se despertaron Euding  y Javier, nuestro otro vecino, quien corrió por extintores, los cuales fueron insuficientes para apagar las llamas.

Jorgito, valientemente, a pesar de su tan corta edad atinó a salir a la calle y llamar a los policías que cuidaban la casa de un congresista, unas casas al lado.

Ellos a su vez, llamaron a la compañía de bomberos quienes acudieron rápidamente a la casa.

Cuando nosotros llegamos ya habían no sólo tres carros de bomberos, sino además canales de televisión, fotógrafos y muchos curiosos.

El bus se detuvo a un lado y queda como anécdota, que varios de mis amigos, bajaron de éste,  con sus vasos en la mano,  pensando que llegábamos a nuestro siguiente destino juerguístico, pues nadie les dijo lo que estaba pasando  y dándose con la sorpresa, en ese momento, de lo que ocurría.

Quizás por ello, al día siguiente un diario popular titulaba la noticia ¨Mientras ellos celebraban, la casa se les quemaba¨.

Lo primero que hice apenas llegue a la quinta, sacándome de encima a las cámaras y a los curiosos, fue buscar a Blamy, abrazarla y con ella correr a la casa de mi vecina de toda la vida para ver a mis hijos.

Jorgito, estaba sentado con una manta en el exterior de la casa, con cara de asustado y con el hollín en la cara y en la ropa, mientras que el bebe, Angélica y Antonia  estaban dentro de la casa de mi vecina, a salvo. El encuentro fue más que emotivo.

Entramos a la casa Blamy y yo, después de un rato, acompañados por los bomberos y el escenario era dantesco : toda oscura, chamuscada y mojada por el agua de las bombas.

Habiamos perdido más de la mitad de nuestras pertenencias y se habían calcinado completamente nuestro cuarto, el de Jorge con todos sus juegos , un baño y el cuarto de estudio, con libros, revistas, artefactos eléctricos y  papeles por doquier.

Sin embargo, otra buena parte de lo que se salvó quedó inservible por el agua recibido por los bomberos.

Esa noche dormimos en casa de mi suegra, con quien vivimos por los siguientes dos años y medio.

Fue un episodio muy duro y contarlo no se asemeja en absoluto con la vivencia.

Sin embargo, fue una gran lección de vida, con muchas enseñanzas para nosotros y particularmente para mi : la primera fue que mientras nosotros nos quejábamos  de nuestros problemas no veíamos todas las cosas hermosas que Dios nos había dado. Nos estábamos enfocando en lo que no teníamos sin ver ni valorar lo mucho con lo que contábamos.

Lo segundo, fue el constatar,  pocos días y semanas después,  la  noble solidaridad de toda la gente querida de nuestras vidas.

Fue conmovedor comprobar y  sentir la mano amiga de muchos familiares, amigos y amigas quienes organizaron campeonatos, conciertos y colectas para ayudarnos a salir de este pozo en el que súbitamente habíamos caído.  A ellos nuestro eterno agradecimiento por su solidaridad y apoyo.

Además de ello quedó una  gran lección de desapego a lo material.  Sabiamos que todo era recuperable y recuerdo aun las palabras seguras de Blamy, después del incendio, diciéndome que íbamos a volver a tenerlo todo y mucho mas (palabras proféticas por cierto que yo en su momento no supe creer en ellas). Cual Ave Fenix, íbamos a resurgir literalmente de nuestras propias cenizas.

No importaba perder todo lo material, lo importante y valioso fue que estábamos todos vivos, sanos y completos y la vida es lo más valioso que Dios nos da. Sin ella, no somos nada.

Con mi pequeño y valiente héroe un año antes de la noche del Ave Fenix

La última lección  que me dejó esta difícil experiencia tiene que ver con nuestro valeroso hijo.  Sólo tenía nueve años en ese momento, edad muy corta para vivir tan difícil trance y sin embargo no sólo tuvo la valentía  y el coraje de saber qué hacer en esta situación de emergencia, salvando con su acción no sólo su vida,  sino también la de su hermanito y de otras dos personas, sino que además supo solicitar ayuda en todas las formas que pudo, y logró asimilar posteriormente lo que significó perderlo todo.

Dentro de lo duro que representó vivir esta experiencia de perderlo casi todo fue reconfortante y motivo de gran orgullo el sentir y saber del valiente y pequeño gran héroe que tuvimos y tenemos en casa.

1 comentario:

  1. Muy emotiva tu nota y realmente estas experiencias enseñan en la vida a valorar aquello que tenemos y que muchas veces por concentrarnos en desear o envidiar lo que no tenemos, nos olvidamos de lo más importante y prioritario en nuestras vidas. Lo material pasa y se recupera.

    Y George demostró allí su verdadero heroismo al actuar de inmediato en ayuda de quienes se encontraban en casa.

    Un gran abrazo.

    LUCHO

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