sábado, 9 de mayo de 2009

Tan especial como su nombre


En sus Bodas de Plata (1986).  Es la mejor foto que tengo con ella.

Se llamaba Gioconda, (Sara Gioconda en realidad pero siempre se llamó Gioconda) nombre poco común en nuestro medio, pero que sus padres le pusieron quizás inspirados en la célebre Mona Lisa de Leonardo.

Nació en tierras lambayecanas hace ya casi setenta y cinco años,  que son los que cumpliría el año entrante si es que no se hubiera ido mucho antes de lo debido.

En uno de mis primeros días de vida

Mis recuerdos de ella vienen desde los tiempos remotos cuando, al estar siempre en casa (pues se dedicaba a ésta y a nosotros, mi padre, mi hermano y yo) me llevaba y me recogía del nido, esperaba que llegara del colegio, me veía almorzar, si es que no estaba acompañándome en la sala, mientras veía sus telenovelas, me ayudaba a hacer mis tareas y se preocupaba porque me bañara y me fuera a acostar a tiempo.

Era delgada, de no muy alta estatura y de apariencia frágil, pero tenía una fortaleza dentro de sí que me hacía quererla y admirarla cada vez mas.

En Chiclayo, en el único viaje que hicimos juntos (1976)

Uno de los primeros recuerdos infantiles de dicha fuerza fue cuando un día regresando del nido, que quedaba a casi tres cuadras de mi casa, nos topamos con un gran perro que me dio mucho miedo pues, además, nos miraba de forma amenazadora.


Con mi hermano en un parque cerca a mi casa

Y ella, sacando fuerzas de donde pudo, me cargó y me trajo a casa mientras el perro nos seguía.

Así era mi mami :  fuerte, quizás estricta, pero al mismo tiempo entregada a nosotros con un corazón muy noble y unas ganas de querer y amar, sin reserva alguna.

Nunca fui un niño fácil, desde chico le ocasioné problemas, principalmente por la comida : no quería comer, pues nada me gustaba. Detestaba la sopa, las verduras, casi todas las frutas y el sólo ver platos de comida como los pallares, el trigo, el pepián y otros mas me hacían poner de muy mal humor y obviamente le reclamaba a ella y a la fiel Antonia, nuestra nana de toda la vida.

Sin embargo, no se como hacía ella (mi mami) para convencerme y terminaba comiendo, así sea a regañadientes y renegando, lo que me pusieran en el plato.

 

Conmigo, a los 17

Y es que a pesar de que estuviera en desacuerdo con ella respecto a algún tema, siempre sentí un vínculo muy especial y una conexión muy grande con ella.

Su sinceridad, sencillez y apertura conmigo en mostrarse como era me generó la misma reciprocidad que de chico, adolescente y joven no tenía con mi padre.

Y eso creo que nos hizo cómplices, yo le contaba lo que me pasaba y cómo me sentía y ella hacía lo mismo conmigo.

Le gustaba mucho leer, sobretodo revistas

Quizás por eso cuando algunas veces se iba a acostar un poco molesta con mi padre venía a mi cama y dormía conmigo. Y era un sensación rica para mi pues, a pesar que me daba pena que se haya molestado con mi viejo, no tenía precio el sentirme cuidado y protegido por mi mamá, escuchando su respiración y sintiéndola tan cerca de mi, pues además la cama era pequeñita.

Es cierto que fue un poco estricta conmigo, especialmente en cuanto a los tiempos y horarios se refiere, y quizás eso generó que me alejara un poco de ella al ser adolescente.

Hoy, que soy padre, entiendo claramente que ella sólo quería lo mejor para mi.

Ya tenía un grupo numeroso de amigos de barrio y siempre comparaba : lo que tenían mis amigos y yo no, los permisos con los que ellos contaban y que yo no tenía. Y ante eso, la juzgaba y me alejaba más de ella.

Sin embargo, ella nunca me recriminó por eso, por el contrario sabía que siempre la tenía muy cerca de mi para lo que fuera y eso me lo demostró una y otra vez.

Tengo bien fresco el recuerdo cuando en un Día de la Madre, como el que se viene mañana,  ella fue a mi colegio y me tocó, como a todos mis compañeros, buscarla al final de la actuación en el viejo salón de actos, con un pequeño presente.

Al llegar a ella, mientras sonaba un conocido tema de Chicago, recuerdo que la miré y al verla me sentí muy contento y emocionado por la linda madre que Dios me dio.

Tengo en mi mente flashes de momentos que pasamos juntos, desde niño,  cuando saliamos a pasear , a caminar por mi casa, al cine, pues éste le gustaba bastante, a comprar al mercado de Lince, adonde me encantaba ir y que por cierto, me lo conocía de memoria.

En fin, adonde fuera yo iba feliz con ella, acompañándola con paciencia, pues ella se tomaba su tiempo para comprar lo que necesitara.

 Recuerdo también su rostro de felicidad el día que volví a casa con la noticia de haber ingresado a la Universidad Católica, tras meses de preparación (ese mismo rostro feliz con el que le vi llegar cuando un día nos dio la noticia de  que había yo ingresado al colegio).

La recuerdo llamando a los familiares más cercanos para darles con orgullo la gran noticia de mi ingreso a la universidad. Me alegro de haberle regalado esos momentos de felicidad.

Era 1985 y aun no habían comenzado sus problemas  serios de salud que se dieron un año después como producto de un tratamiento de reumatismo de muchos años que degeneró en una anemia e insuficiencia renal.

Cuando esto comenzó yo ya tenía más de un año en la universidad y estaba abocado casi por completo a mis estudios y sobre todo a mis amigos.

No fueron buenos tiempos :  su proceso fue largo y doloroso; y requirió de tratamientos de diálisis, que cada vez se hicieron más permanentes.

Hoy, miro hacia atrás y reconozco que ante su enfermedad quise mantenerme a distancia, siempre ocupado con lo mío y con mis cosas, no le quise dar mucho tiempo ni a ella, ni a sus cuidados de salud.

Con los años y tras mucho trabajo de introspección llegué a ver que ese fue mi mecanismo de defensa para evitar el dolor que me causaba verla mal, sufriendo y asimilando su enfermedad, de evidenciar que la vida se estaba llevando poco a poco a mi cómplice y compañera,  a la que de pequeñito le decía que iba a ser mi futura esposa.

Y seguí con esa misma actitud hasta el final de sus días, en setiembre del 87, cuando tras días de terror en casa por su dolor intenso y por no saber qué hacer la internamos en una clínica en la que apenas unas horas después perdió la batalla contra la enfermedad, de manera tan rápida y abrupta, sin que ni siquiera pudiese decirle adiós.

Yo en esos tiempos estaba en un grupo parroquial que me llenó el corazón y que fue un apoyo muy importante para asimilar el golpe recibido, teniendo  tan sólo 19 años de edad.

 

Mi mami

Han pasado más de veinte años  desde que nos dejó y, pese al tiempo transcurrido y a las más de dos décadas que he vivido desde su partida,  reconozco que ella, mi querida y amada ¨Chanchita¨, siempre ha estado conmigo, cuidándome y acompañándome en cada cosa que hago, en cada acierto y en cada metida de pata que he cometido a lo largo de todo este tiempo.

Por eso quizás no me sorprendió cuando el año pasado visitando a un prestigioso vidente me dijo, al verla cerca, que mi mamá estaba siempre conmigo, cuidándome y que su misión era velar porque fuese yo por el buen  camino.

Y es rico sentir esa presencia, sin que sea evidente o palpable, simplemente sintiéndola.

Y en vísperas del Día de la Madre qué mejor recuerdo de mi mami que el de su sonrisa y su felicidad en el corto tiempo que estuvo físicamente conmigo y le doy gracias a Dios por todos los momentos que me permitió vivir con ella, por su ejemplo y  sus lecciones, por aquellas noches en que durmió en mi cama y en las que me pasé a la suya, por llevarme con mi papá a mi primera corrida de toros para ver a su admirado Paquirri, generando en mi una pasión que sigue en mi vida, por ser mi mejor aliado cuando se trataba de convencer a mi papá para que me comprase algo.

Cómo olvidarme de sus consejos cuando de adolescente y joven le hablaba de chicas, de los amigos, de las drogas, de los estudios, de lo que sea, o de las veces que me permitía sacarle canas, pues quería verse siempre joven, o de la última Navidad que pasamos tan felices, o del baile conmigo en sus  Bodas de Plata, sin importarle lo mal que yo lo hacía.

O cómo no recordar en esta fecha su preferencia por su querido Alianza Lima y por la música armoniosa de Richard Clayderman.  Pero por sobre todas las cosas llevo conmigo su invalorable legado de mujer sencilla, noble, honesta, íntegra, justa y amorosa.

Me hubiese gustado que ella estuviese físicamente aquí para que pudiese conocer a mi familia, abrazar a sus nietos y permitirme homenajearle en esta fecha tan especial como se lo merece por todo lo que hizo por mi y para que viese cómo su hijo está abriéndose  camino por la vida de la mejor manera que puede, con el permanente legado que sus padres le  dejaron.

Se que esto no es posible pero al mismo tiempo estoy seguro que ella , desde arriba, me debe estar mirando con una sonrisa cómplice y susurrándome que ella está siempre conmigo y que lo estará hasta que Dios decida que se de el ansiado reencuentro.

Mi cómplice y amiga de mi niñez y adolescencia

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